viernes, 10 de octubre de 2014

Extrañezas

Se gestan en la madrugada, justo cuando descansan hasta los insectos.

No queda ni un ser vivo que pueda cuestionar su nacimiento.

Revientan como capullos, eclosionan de huevos diminutos, son paridos por grietas en el cielo profusamente estrellado, arrojados desde otras dimensiones... irreconocibles en la diminutez humana, pero tampoco son humanos.

Nadie podría definirlos, no tienen color o nombre... No tienen estatura ni peso. Informes, insalobres, explotan, no son recuerdos, aunque se les asemejan. Parecieran fantasmas, pero tampoco vuelan, aunque de vez en cuando asustan.

Y la razón nos empuja a negar su generación espontánea, quizá, los explicamos como una corriente sináptica que activa un chispazo de algo, o conjuga una creación expansiva desde el inconsciente colectivo, o de ese pozo donde todos bebemos, y todos nos bañamos, y todos caemos sin poder regresar a ser de nuevo nosotros mismos, luego de probar sus aguas.

Entonces, recurrimos a la literatura para adornarlos y podemos decir que son naditas, chispillas caprichosas, suspiros elevados con colores de iris, bombeticas que hacen piruetas o anuncian un ruido de fiesta comunal, o semejan las luces de navidad del manto del cielo cuando es de noche, o de madrugada, como ahora mismo.

Lo que sí sabemos es que están vivos, y viven a propósito de sí mismos, imponiendo su deseo de niños maleducados, de cucarachas reinas de las evolución. Y esas extrañezas que asaltan mi cabeza, sin importar la hora, se vuelven criaturas que existen como un cúmulo de palabras que aparecen solo para ayudarme a existir.

Son un sinsentido, pero son, y eso es mucho más que lo algunos nunca podrán.


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