miércoles, 15 de octubre de 2014

Personal de limpieza

El día resultó fatigoso, ¡limpiar no es jugando! 

Decía que limpiar era una catarsis, un poner en orden lo que está fuera de lugar, un tallarse mucho la piel para quedar aséptica, resultaba que lo veía como una metáfora: el orden de afuera se reproducía adentro de ella, y sentía un alivio delicioso, como fumarse un cigarro o comerse un chocolate durante su Síndrome Pre Menstrual... el mismo efecto de la drogas permitidas. 

Lo malo es que le costaba tanto llegar a ese momento de homeostasis donde cada cosa refulgía desde su sitio preciso: el piso de madera brillaba despidiendo un olor intenso a petróleo; las ventanas -esas nunca estaban lo suficientemente limpias-, las lustraba con ahínco, pero cada vez que pasaba el trapo colmado con desinfectante, quedaba un rastro de pequeños pelitos blancos que lo arruinaban todo, entonces usaba un periódico para dar la limpieza final, pero luego veía una diminuta mancha blanca que le impedía contemplar con claridad el luminoso día sucediendo afuera, por lo tanto, volvía sobre sus pasos para comenzar nuevamente. No terminaba hasta que sus ojos se reflejaban brillando en el vidrio o, si se arriesgaba, soltaba una ligera sonrisa y sus dientes de un perfecto blanco se asomaban tras sus constipados labios. 

El caso es que el día había sido extenuante, entonces, para descansar se sentó en su máquina de escribir la cual estaba llenecita de polvo, las teclas con costras cafés tenían las formas redondeadas de los dedos que con dificultad lograban accionar el viejo mecanismo. Sintió un ligero vértigo al imaginar la cantidad innumerable de bacterias que la colonizarían por el solo hecho de colocar sus dedos de manera sutil sobre los rectangulillos del teclado Qwerty. 

El tocadiscos dejó escuchar el indiscutible carraspeo de Ella, y ella apechugó su miedo ante los espectros que encierra la suciedad externa, y armada con una taza de café en su mano derecha, al lado: el cenicero, se dispuso a poner orden en su casa interior. Donde el desaseo probablemente ya ostentaría todo un arsenal de monstruos mitológicos. No tuvo miedo, por esta vez tenía al mejor compañero de contienda: Cortázar había venido desde el averno, el gigante de ojos tiernos le cuidaría la espalda. 

¡Qué buena suerte!, porque limpiar no es jugando. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario